Charles Michel, el hombre tranquilo a veces incapaz de controlar a los líderes

Existen líderes verticales y líderes horizontales; los primeros son los que toman las decisiones directamente, mientras que los segundos capitanean un barco en el que tienen que escuchar distintas sensibilidades para que llegue a buen puerto. Ese es el papel del presidente del Consejo Europeo, un cargo que ha ocupado el belga Charles Michel durante los últimos cinco años, con alguna luz, alguna sombra y bastante indiferencia en general. El que fuera primer ministro de Bélgica entre 2014 y 2019 ha sido el árbitro entre los líderes de los Estados miembros en el momento más decisivo de la UE en la historia moderna, y ha 'dirigido' el panorama en muchas ocasiones de una manera bastante plana.

Tras las elecciones europeas (del 6 al 9 de junio) Michel dará el relevo y podrá mirar atrás y ver que llegó al cargo como cuota liberal en los altos cargos de la UE. La legislatura no parecía que iba a ser tan, tan movida y al final todo se activó rápido, desde la pandemia pasando por la invasión rusa de Ucrania hasta la guerra en Gaza. Las 27 piezas en manos de un dirigente al que muchos han acusado de tener poco carisma, pero con experiencia suficiente después de haber dirigido un país políticamente caótico como Bélgica. Ese era su gran pro, y los contras han ido apareciendo a lo largo de estos años: Michel ha sido a veces tan cauto que esa paciencia ha llevado a que no fuera capaz de conducir bien los debates.

Una de sus mayores sombras se dio con el llamado Sofagate. Ahí se produjo su primer roce importante con Ursula von der Leye, cuando ella quedó apartada de la foto oficial en un viaje junto a Michel a Turquía: en la sala de Ankara en la que se reunieron ambos con el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, había dos sillas en primera línea y otra más apartada. Michel y Erdogan ocuparon los puestos centrales y al belga se le afeó no darle espacio a la presidenta de la Comisión Europea. Entonces Von der Leyen defendió no solo su labor, sino la de "todas las mujeres" en posiciones parecidas a la suya. Sumó entonces muchos puntos, los mismos que se le restaron a un Michel que incluso tuvo que dar explicaciones ante el Parlamento Europeo por su comportamiento.

Si algo se le ha podido criticar también al dirigente belga ha sido su parsimonia cuando las grandes cumbres del Consejo Europeo se eternizaban por el bloqueo de algunos socios, sobre todo Hungría o Polonia en un primer momento, hablando de los fondos de recuperación, o la propia Budapest cuando se trataba el tema de la ayuda a Ucrania. En la jerga bruselense se mantiene que el cargo tiene que llevar consigo un poder desatascador cuando las cosas se complican; Michel no ha sido capaz de que todo fluyera bien, conscientes todos eso sí de la complejidad de la tarea. Para muchos de sus críticos el gran problema que ha tenido es que tiene una forma de ver la política demasiado idealista, lo que le ha impedido ser pragmático: no buscaba soluciones, sino soluciones perfectas... e imposibles muchas veces.

La aprobación del respaldo a Kiev, situaciones como la candidatura de Ucrania a entrar en la UE o los debates sobre las sanciones han sido la gran china en el zapato de Michel, sobre todo en los últimos dos años. Pero vio una pequeña luz en una de las últimas cumbres: los 500.000 millones de euros para Zelenski aprobados en último término se desatascaron porque Viktor Orbán no votó. Sin Hungría en la sala, se acordó a 26, algo extraño pero válido según los Tratados. Fueron Alemania y Francia los que pusieron esa opción sobre la mesa y por extraña que pareciera Michel dio luz verde. Fue un pacto importante, pero además sirvió para abrir una vía de cara al futuro; no se puede abusar de ella pero es una posibilidad precisamente para evitar eternos bloqueos.

Tuvo su gran momento en el inicio de la guerra entre Israel y Hamás, cuando capitaneó a los Estados miembros mientras Ursula von der Leyen se desgastaba. Pese a las diferencias entre los 27, Michel trasladó rápido el mensaje que acabó convirtiéndose en prioritario para la UE: condena a los ataques de Hamás, petición para que se liberen los rehenes, y al mismo tiempo la defensa de que Israel pueda responder pero siempre de acuerdo al Derecho Internacional y al Derecho Humanitario. Ese mensaje salía sobre todo de boca del Alto Representante, Josep Borrell, pero Charles Michel no tardó en asumirlo como suyo también y lo trasladó a los Estados miembros en una situación muy delicada. Eso le ha hecho llegar muy entero como líder político al final de la legislatura.

Con todo, su (mala) relación con la presidenta de la Comisión Europea ha sido una de las comidillas en Bruselas durante el último lustro. Michel y Von der Leyen han convertido su teórica convivencia pacífica -tienen cargos muy diferentes y que deberían ser complementarios- en una lucha de egos que ha llegado a tal punto que ambos han cortado al otro en fotos para compartirlas en redes sociales y anotarse tantos que bien podrían ser comunes. Esos roces infantiles han sido un problema para ambos, pero sobre todo para un Michel que, al contrario que la alemana, no ha tenido margen para construirse un perfil propio y fuerte entre sus colegas de los Estados miembros.

Michel no seguirá en su puesto, pero completa el póker importante de ser ministro, primer ministro y presidente del Consejo Europeo. No pasará a la historia como uno de los grandes perfiles en el cargo -que solo han ocupado tres personas, Hermann Van Rompuy, Donald Tusk y el propio Michel- pero salva el mandato con aprobado. Nunca es sencillo poner de acuerdo a los 27 líderes, con 27 intereses diferentes y 27 egos distintos que tienden a chocar. Eso es también la UE.

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