La manera de defenderse de un compañero de trabajo tóxico, según una psicóloga

Las relaciones sociales son una parte inherente a la vida de las personas y, como tales, tienen un impacto directo en el bienestar psicosocial e, incluso, en la calidad de vida. Hablamos de relaciones afectivas con la pareja y la familia, de los amigos y, también, de esas personas con las que pasamos una parte importante de nuestra jornada: los compañeros de trabajo (y los jefes). Pero, ¿qué pasa si esas relaciones no son buenas? Malestar, dificultades para realizar las tareas, mal ambiente laboral… En fin, un ambiente tóxico.

Los compañeros de trabajo no necesariamente son nuestros amigos (al menos, no tienen porqué serlo); y, por tanto, puede que algunos nos caigan bien, otros regular y con otros lleguemos al punto de ‘no poder trabajar’ o perder los nervios con su sola presencia. Y puede que sea un tema entre dos personas o que esa influencia dañina afecte a todo el entorno, al equipo y hasta la oficina entera. En tal caso, estaríamos ante lo que llamamos personas tóxicas.

La importancia de la personalidad

La personalidad de cada uno tiene mucho que decir en este contexto. Por ejemplo, hay personas con más tendencia al estrés o más susceptibles que pueden generar malestar en distintos entornos. Por el contrario, quien dispensa un trato amable, está predispuesto a ayudar y a escuchar las necesidades (laborales pero también, por qué no, personales) de los demás, suele producir el efecto contrario.

Porque la actitud, sea buena o mala, es contagiosa; y el comportamiento de los demás incide no sólo en el feedback que ofrecemos, sino también en cómo nos comportamos, cómo percibimos la situación y hasta en el rendimiento. Así que es importante prevenir, detectar y atajar cualquier indicio de toxicidad lo antes posible.

Hay un empleado tóxico en la oficina, ¿seré yo?

Si bien todos tenemos derecho a un mal día o a una mala temporada, como seres emocionales que somos, muchas veces la situación se complica en la oficina por causa de uno o varios elementos discordantes con actitudes que se cronifican en el tiempo.

Llamamos persona tóxica en el entorno laboral a aquella que se queja constantemente, protesta por todo, cotillea o nunca está contenta. En general, suele tratarse de personalidades que no suman sino que restan, ya que -por su carácter o por su actitud- frenan el desarrollo de los demás. En este sentido, participan en la desmotivación del equipo, llegando incluso a impactar en la salud y rendimiento de personas concretas.

Los indicios para identificar a una persona tóxica

Veamos algunos indicios de ‘toxicidad’ que podemos tratar de identificar en compañeros (o en nosotros mismos):

-Quejica e inseguro: muestra inseguridad recurrente y siempre se queja de que le van a echar. Esto le hace, por un lado, tener picos de responsabilidad extrema y, por otro, de ‘pasotismo’ (me van a despedir haga lo que haga), influyendo en la emocionalidad de sus compañeros de equipo.

-Perdedor crónico: “Todo me sale mal; el mundo funciona mal; la empresa va mal…” El pesimismo, en general, crea un ambiente triste y desesperanzado que no ayuda en nada a la productividad.

-Agitador activista: amenaza constantemente con denuncias (no hace falta una gran huelga, también puede verse en pequeños gestos).

-Soberbio y arrogante: el que se cree que está por encima de los demás, más cualificado, más experimentado, y lo hace notar constantemente. Puede provocar en otros una sensación de fracaso.

-Adulador e intocable: generalmente se ‘hace amigo’ de un jefe y se acaba convirtiendo en “alguien intocable”, con el que los demás no pueden contar.

-Incompetente o mentiroso: Ya sea por torpeza o con intención, comete errores constantemente.

Y si, para colmo de males, estas actitudes las comete un directivo o un jefe, la situación en la oficina se agrava aún más, ya que por su posición de poder, sus acciones y gestos contaminan a todo el equipo.

¿Cómo defendernos de una persona tóxica?

¿Cómo defendernos de una situación de este tipo? Más allá de denunciar si la situación es especialmente grave (con pruebas palpables), ante indicios de toxicidad lo mejor que podemos hacer es cambiar nuestras propias actitudes y comportamientos para que nos afecte lo menos posible.

Empecemos por detectar a qué nos enfrentamos. Si, como decíamos al principio, nos sentimos mal ante determinados comportamientos o en presencia de alguien, hagámonos conscientes de ello como primer paso para poder tomar medidas al respecto.

Ante emociones negativas, tratemos de ver nuestra vida de manera más optimista, y alejémonos en lo posible de la persona tóxica. Pero siempre tratemos de escuchar en positivo -todo el mundo tiene sus razones para comportarse como lo hace, aunque no las entendamos ni las compartamos-. Si se trata de episodios aislados o de un hecho concreto, tratemos de pasar página. Sería como ‘filtrar’ lo dañino que flota en el entorno para evitar que llegue a afectarnos.

Paralelamente, es importante pararnos y mirar a nuestro alrededor para analizar, de forma objetiva, qué personas son saludables para nuestro bienestar y tranquilidad general, y rodearnos de ellas. Y, sobre todo, sentirnos cómodos con nosotros mismos, y no permitir que otras personas nos sirvan como excusa para no realizar nuestro trabajo o conseguir nuestras metas.

¿Y si es la empresa la que es tóxica?

Un punto importante a tener en cuenta es que no solo hay trabajadores tóxicos, sino también ‘empresas tóxicas’. Son aquellas que tienen poca efectividad, sus resultados son insatisfactorios, y los empleados se encuentran en un continuo estado de tensión y estrés (que puede desembocar en el síndrome del Burnout). Sucede cuando no hay un proyecto empresarial definido ni una visión compartida, pero en la operativa diaria se traduce en una cultura ‘de la urgencia por la urgencia’, donde no se admite el error y se castiga a los supuestos culpables, sin objetivos ni directivas claras y sin aprovechar el conocimiento y el talento de los trabajadores.

Esto desmotiva a los empleados que seguramente acaben marchándose ‘quemados’ o sufriendo bajas físicas o psicológicas.

Sería como “curar” a una empresa “enferma”. Pero a veces, por las circunstancias personales o económicas, esto no es posible. En esas ocasiones deberemos más bien trabajar en el autocuidado personal para evitar caer en esas situaciones de estrés o ansiedad.

Afortunadamente, cada vez son más las compañías que apuestan por un modelo proactivo y verdaderamente preventivo, adelantándose a estas situaciones para que no lleguen a aparecer estas patologías.

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