La agonía de la sensatez

Observo con preocupación la proliferación de mensajes oficiales por parte autoridades comunitarias y de ministros y presidentes de gobierno de muchos países europeos, acerca de la creciente probabilidad de conflicto con la Federación Rusa. No acierto a comprender qué finalidad concreta persiguen, así que comparto las tres interpretaciones más racionales que me sugieren.

Si se trata de alertar a la población para un conflicto inminente, no veo que se adopte medida alguna más allá de “globos sonda” sobre la recuperación del servicio militar obligatorio para aquellos que no lo tienen en vigor, o el incremento “en general” de los gastos de defensa para no se sabe muy bien qué.

Si se trata de sensibilizar a la población para hacer frente a una época de incertidumbre, privaciones, sacrificios y refuerzo de la defensa civil, tampoco veo ni su toma en consideración política ni planes concretos para su desarrollo.

Sí, por último, se trata de concienciar a las sociedades europeas de la inminente necesidad de desplegar tropas en Ucrania y entrar en combate con Rusia, me parece que el absurdo se adueña del argumento y se entra de lleno en el ridículo. Tan perjudicial es para una sociedad la negación de la existencia de un problema como su exageración. En ambos casos se promueven los peores escenarios: la sorpresa estratégica o la profecía autocumplida.

Creo entrever una creciente preocupación, cabría decir urgencia, por dotar a la Unión Europea de cierta autonomía en los aspectos de seguridad y defensa

El hecho de que toda Europa —en realidad, todo el mundo— esté dentro del radio de alcance de los misiles balísticos de Rusia no es ni nuevo ni desconocido. Lleva siendo así desde los tiempos de la “Guerra Fría” hace más de sesenta años. Desde entonces, y de una u otra forma, se dispone de planes para eliminar o minimizar esas amenazas, caso de materializarse. Por supuesto que hablamos en el plano teórico puesto que nunca se ha probado en situaciones límite; en términos prácticos, nada ni nadie asegura que la protección de los sistemas antimisil sea total y efectiva. De producirse un ataque masivo de primer golpe o represalia, entraríamos en los modelos de escalada del conflicto, de lo convencional a lo nuclear entre grandes potencias. A nadie se le oculta como acaban estas lides: destrucción mutua asegurada, MAD (loco) en inglés.

Así pues, ¿de qué se trata en realidad? Creo entrever una creciente preocupación, cabría decir urgencia, por dotar a la Unión Europea de cierta autonomía en los aspectos de seguridad y defensa. Si ese fuera el caso, lo que se impone es una pronta toma de decisiones trascendentales en áreas tan diversas como la convergencia y unificación de las estrategias nacionales de seguridad, la creación y dotación de una estructura permanente de mando unificado, la integración de todas las capacidades existentes y la determinación de las futuras a alcanzar conjuntamente. Se trata de asumir de forma irreversible una verdadera integración, dejando al margen los intereses nacionales en beneficio del interés general de la Unión, caso que tal cosa exista. Lamentablemente, desde mi punto de vista, no estamos en condiciones de empezar a adoptar esas decisiones porque no hemos alcanzado como ciudadanía europea el estado de necesidad que nos llevaría a ello. De forma un tanto naif creemos que la seguridad está garantizada por una estructura político militar -la OTAN- en la que el peso del gasto y la autoridad real son de EEUU, que no tiene por qué sentirse obligado indefinidamente ante quienes recelan de sus intereses o no apoyan sus políticas.

Consideraciones aparte sobre el beneficio del sostenimiento de la Alianza Atlántica y nuestra permanencia en ella -hoy por hoy imprescindible para garantizar nuestra seguridad-, es necesario determinar cuáles son los intereses permanentes de la Unión Europea y establecer los mecanismos necesarios para garantizarlos. No se trata de competir sino de cooperar para alcanzar una verdadera autonomía estratégica ante las trascendentales decisiones que van a tener que tomarse en un futuro próximo. ¡Que vienen los rusos! fue una comedia de éxito norteamericana producida en 1966 durante la distensión, pero no es un argumento válido para impulsar la verdadera integración europea. Tendrá que haber algo más: voluntad decidida de hacerlo, finalidad compartida y determinación para llevarla a cabo aun sometidos a presión.

Sin ánimo de iniciar una senda belicista con un incremento exponencial de las inversiones en armamento, sí que es necesario determinar qué nivel de disuasión se considera adecuado para contener a un potencial adversario, en este caso la Federación Rusa, que pudiera tener deseos expansionistas respecto a países de la Unión Europea. Alcanzar ese nivel de disuasión “autónoma” al margen de la OTAN no significaría necesariamente invertir más en defensa, pero si invertir mejor, de forma más coordinada, evitando lagunas y duplicidades. Y, sobre todo, significaría aplicar la sensatez en lugar de la agitación para ofrecer una postura unitaria, sólida y comprometida ante cualquier amenaza que se presentase, y no sólo proveniente del este.

Faltan estadistas y faltan ideas. Falta valor para hacer frente a un futuro complejo e incierto que, de no afrontarse adecuadamente, nos condenará a la irrelevancia y la marginalidad respecto al desarrollo de mundo. Si decidimos ser parte de la solución no hay tiempo que perder. Necesitamos poder defender los valores fundacionales de la Unión Europea que siguen siendo la mejor forma de entender la libertad, el desarrollo y la convivencia.

A Reinhold Niebuhr, teólogo estadounidense de origen alemán, se le atribuye la plegaria de la serenidad: “Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia”. Este es el elogio de la sensatez, no permitamos que agonice.

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