El experimento de Daniela para poner fin a su adicción al móvil: "Sufría ansiedad si no tenía cobertura, como en aviones o exámenes"

A los 14 años le regalaron su primer móvil y, desde entonces, no se ha separado de él más de lo "estrictamente necesario". Ahora, con 22, las frases que más escucha Daniela a lo largo del día son "deja el móvil", "estás enganchada" o "¿no puedes parar de mirarlo ni un segundo?".

"Sobre todo sufro de ansiedad y lo paso mal cuando sé que voy a estar sin cobertura o sin poder mirar el móvil, como en aviones, en exámenes, en el tren o en la carretera", asegura a 20minutos.es esta joven vasca, cuyo uso del iPhone es de "seis horas al día", un dato que "triplica lo recomendado por la OMS". Según el estudio del Ministerio de Sanidad y Cáritas Impacto de las pantallas en la vida de la adolescencia y sus familias, se considera adicción cuando "el uso o la ausencia de este genera ciertos niveles de aislamiento, ansiedad, falta de control y dependencia".

Por eso, cuando su universidad le asignó como Trabajo de Fin de Grado (TFG) un tema sobre "desconexión digital", ella y todo su círculo se rieron por la contradicción, pero se lo tomó como "una señal". "Sentí que era el momento de cambiar algo y decidí ir a una terapeuta de la universidad para pedir ayuda. Ella me detectó una adicción digital y, aparte de empezar un tratamiento, se me ocurrió ser yo misma el objeto de estudio de mi TFG, desconectar totalmente de internet y ver qué pasaba".

El reto no era fácil, y ella lo sabía: "Puedo salir de casa sin zapatos antes que sin móvil. Siempre he sido consciente de que estoy muy enganchada porque siento mucha dependencia; si no lo tengo cerca, estoy irascible y no soy capaz de controlarlo". Así, asesorada por su tutora y la propia terapeuta, decidió que fuese exactamente un retiro de una semana porque consideró que era el tiempo necesario para que "el cuerpo y la mente fuesen conscientes" de lo que estaba pasando y pudiese manifestar síntomas tanto positivos como negativos.

Sustituir el 'smartphone' por "un móvil de teclas"

En primer lugar, se marcó unos límites claros: apagar su smartphone y sustituirlo por un "móvil de teclas" que compró en Amazon y que solo sirve para llamadas. En este, registró cinco contactos de emergencia, dos amigas de la universidad, sus compañeras de piso y su madre. La estudiante asegura que esto ya le provocó, de primeras, un shock porque se le hizo "muy raro" tener un teléfono sin conexión a internet o sin la posibilidad de descargarse aplicaciones. También renunció a ver series y películas o a poder sustituir los servicios del smartphone con el portátil. Sin embargo, no quiso renunciar a su hobby fotográfico y estuvo haciendo varias fotos con una cámara digital que tenía por casa.

Antes de empezar, el primer inconveniente fue elegir la fecha del experimento: "Nunca viene bien hacer estas cosas". Por ello, priorizó que no coincidiese con periodos muy cargados de trabajos de la universidad porque consideraba que "gestionar las entregas en grupo sin conexión es bastante más complicado". Le daba miedo, en concreto, que cambiasen exámenes o entregas de fecha y no enterarse a tiempo o que las reuniones para preparar las exposiciones variasen de día u hora y perder el tiempo o no poder organizarse bien. Así que, una vez encontrada la semana perfecta, apagó su iPhone el 17 de marzo a las 00.00 horas y lo guardó en un cajón.

La pérdida de la "inmediatez"

Daniela cuenta que los tres primeros días se le hicieron "eternos", y que se consolaba pensando en que, si pasaba algo importante, sus seres queridos iban a esforzarse por contárselo. "Lo que peor llevé fue la pérdida de la inmediatez, el querer contarle algo a una amiga o acordarme de ella y no poder. Soy una persona que siente mucha sensación de deuda con mis amigos, intento estar presente siempre, responder a los mensajes super rápido. No poder hacer eso me costó mucho trabajo mental porque me da la sensación de que, si no lo hago, se van a olvidar de mi o enfadarse conmigo", continúa.

Pasados los primeros días, los síntomas positivos comenzaron a salir a la luz. Daniela empezó a descansar mucho mejor por las noches y a sentir que era capaz de pensar con "más claridad" y "paz" sin estar "sobre estimulada" por un bombardeo continuo de notificaciones. "Llené mi tiempo leyendo dos libros, quedando con amigas y yendo a la biblioteca. No me aburrí casi en ningún momento, pero en pequeños tramos de la rutina, sobre todo antes de dormirme y al despertarme, donde tengo muy interiorizado mirar un rato Tiktok, sí que lo eché de menos", continúa.

La estudiante bromea con que todo su entorno se alegró porque decidiese llevar a cabo este experimento al ser una persona que "siempre" tiene el teléfono en la mano. Aun así, considera que no hace un uso mucho más exagerado que el de sus amigas cercanas, pero sí que el de su familia o gente más mayor. De hecho, con el experimento y viendo "las cosas desde fuera" asegura haberse dado cuenta que la sociedad actual está más enganchada de lo necesario. "Ahora sé que podríamos vivir sin móviles perfectamente, que contestar rápido no es tan importante y que nadie es imprescindible para nadie", explica. La única situación en la que se arrepintió del experimento fue una noche volviendo a casa de fiesta porque le dio miedo que pasara algo y no pudiesen localizarla o no ser capaz de pedir ayuda a tiempo.

La vuelta a la conexión

Respecto a la "reconexión" tras esos siete días, Daniela recuerda que esa tarde estaba impaciente esperando a que llegasen las doce de la noche y poder encender su iPhone, pero que, cuando llegó la hora, no se dio cuenta y no fue hasta 15 minutos después cuando sacó el móvil del cajón. Al encenderlo no sintió una gran ansia, pero sí que estuvo más de dos horas conectada leyendo todo lo que se había "perdido". Le preocupaba haberse metido en un lío por no ver un mensaje o que se le hubiese pasado algo importante por alto, pero no fue así.

Lo único que le supo mal es que falleció un familiar de una amiga y no pudo apoyarla inmediatamente o que una persona con la que está organizando un viaje se preocupara porque no le llegaban los mensajes. Al fin y al cabo, casi todas sus "personas importantes" sabían que estaba realizando el retiro y le pusieron las cosas "fáciles". "Mis amigas sabían que si quedábamos a una hora no podían cambiarlo porque seguramente no me iba a enterar a tiempo. Mi madre me llamó algunos días al teléfono "de teclas" para saber cómo estaba porque vivimos en ciudades distintas y ya sabes cómo son las madres... Pero el resto estaba todo en orden, por suerte".

Unas semanas después de terminar la experiencia la resume como "esclarecedora" y confiesa que se lo ha recomendado a varias personas de su círculo que también están "bastante enganchadas" porque cree que se darán cuenta, igual que ella, que los dispositivos no son "imprescindibles" y "estar conectado tampoco". "Vivimos en un mundo con estímulos cada minuto y ese ruido no nos deja pensar. Parar me ha ayudado a reorganizar prioridades y tengo muchas ganas de continuar mi tratamiento psicológico y ser yo dueña de mi acciones, en vez de mi móvil".

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