¡A pinchar burbujas!

Me encantan las burbujas de jabón. ¡Me flipan! Me gustan sus colores, la manera en la que la luz incide sobre ellas formando decenas de miniarcoíris; me apasiona la fragilidad de las pompitas, su delicadeza, la ilusión que dibujan en las caras de los más pequeños. Son supercuriosas… Pero hay otras burbujas que no me gustan nada: las que se crean alrededor de cantantes, películas o incluso monumentos.

A ver si me explico con claridad: lo que no me gusta es el hype, el bombo publicitario y las burbujas infladas. ¿No os ha ocurrido alguna vez eso de esperar ver algo con muchas ganas y que después sea un bluf? ¿Lo de leer en los medios lo buena que es una peli y que luego no sea para tanto? Me refiero a esos proyectos tan inflados como algunos currículums de Linkedin.

Hace unos días leí en Twitter (ahora X) a unos compañeros comentando las dudosas estrategias marketinianas de algunos fans de los triunfitos de última generación. Tratando de engañar a los algoritmos de Spotify, hay seguidores que se encargan de reproducir en bucle las últimas canciones de sus artistas preferidos para arañar unos cuantos plays y tratar de colarlas entre las más escuchadas. Montan auténticas fiestas digitales para escuchar masivamente los temas de sus ídolos. ¿Sirve de algo? No. Que le pregunten al ya desaparecido Íñigo Quintero

«Fake It Until You Make It». Consiste en fingir un éxito hasta que a la larga se convierta en una realidad. A algunos les funciona y logran con pequeñas mentiras, el paso del tiempo y los titulares no contrastados ir labrando una carrera mediocre pero que poco a poco va despegando. En cualquier caso, a la mayoría se les acaba viendo el cartón. Y pasa lo mismo con los decorados turísticos al estilo parque temático, las pelis con excesiva publi y poca chicha y algunos programas de tele.

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