Guerras sin vencedores

A medida que transcurre el tiempo, el grado de confusión acerca de los objetivos que se persiguen en los conflictos de Gaza y Ucrania, la posibilidad de alcanzarlos y sus costes asociados, son cada vez mayores.

Probablemente, el caso de Israel es el más demostrativo de lo anterior. El ministro Beni Gantz acusa al primer ministro Netanyahu de no disponer de un plan para alcanzar el estado final deseado una vez finalizado el conflicto y le fija un plazo que suena a ultimátum: o el 8 de junio se presenta el plan o su coalición abandona el gobierno. Ese estado final deseado no habla únicamente de la responsabilidad de la seguridad, la reconstrucción y el desarrollo en la Franja de Gaza, también contempla la situación en la frontera norte de Israel con el Líbano de donde fueron evacuados 80.000 residentes israelíes para ponerlos a salvo de los ataques de Hezbollah, la situación dentro de Cisjordania donde los asentamientos de los colonos se han multiplicado ilegalmente comprometiendo la posibilidad de alcanzar una acuerdo viable para un futuro estado palestino, la navegación en el mediterráneo oriental y el Mar Rojo, ahora cuestionada por Ansarullah, las milicias hutíes y, en términos más amplios, la recuperación de la capacidad de disuasión israelí en el conjunto de Oriente Medio, muy mermada a raíz del ataque del 7 de octubre.

Hamás, por su parte, confía en salir triunfante de la guerra simplemente sobreviviendo y llegando a formar parte de un futuro gobierno palestino que se extienda también a Cisjordania. La falta de un plan israelí para deslegitimar al movimiento terrorista ante su población y ante la comunidad internacional, la ausencia de un relato plausible sobre qué ofrecer a los palestinos y la falta de resultados tangibles que justifiquen el actual estado del conflicto, no hacen más que favorecer la posición de Hamás.

Si pensamos en Rusia y Ucrania, las inconsistencias caen tanto de un lado como de otro. Una nueva acción ofensiva de Rusia en la zona al norte de Jarkov ha hecho saltar todas las alarmas del lado ucraniano y del de los países que sustentan su esfuerzo de guerra. Se hablaba inicialmente de una gran ofensiva de primavera para conquistar Jarkov, cuando la información disponible era mucho más cauta, probablemente consistía en una acción de objetivo limitado que pretendía crear una zona colchón al sur de la frontera internacional, alejar las acciones de fuego de la ciudad de Belgorod que es sistemáticamente atacada por Ucrania, y acercar la artillería rusa a distancia eficaz de Jarkov. Probablemente, también, obligar a Ucrania a detraer fuerzas de la zona este en el frente de Donestk y Zaporiya donde Rusia desarrolla su esfuerzo principal ofensivo. Pendientes del resultado final de esta acción, las ganancias territoriales rusas han sido hasta la fecha muy limitadas, con una penetración de entre 5 y 9 km de profundidad por unos 70 km de frente. En el frente este, en los oblast de Donestk, Lugansk y Zaporiya, continua una batalla más posicional que dinámica en la que las ganancias tácticas rusas son mínimas y muy costosas.

El caso de Ucrania es perfectamente entendible. Ha sobreactuado en el entorno informativo ante la amenaza rusa en el nuevo frente de combate. Ha emitiendo mensajes catastrofistas respecto a la importancia crítica de recibir la ayuda aprobada pendiente y nuevos sistemas de defensa aérea Patriot (pidió 2 baterías para el oblast de Jarkov de un total de 25 baterías para el conjunto de Ucrania, prtición imposible de ser satisfecha). En unas declaraciones poco afortunadas, el presidente Zelensky llegó a culpabilizar al mundo entero de la caída de Jarkov. Lo cierto es que Ucrania resiste en el este y que ha cedido algo de terreno en el norte, pero ha ocupado a retaguardia en esa zona dos líneas de defensa bien fortificadas en las que podrá resistir de producirse —cosa poco probable— una acción ofensiva de gran envergadura para profundizar hacia Jarkov.

Lo que tienen en común los dos escenarios —y sus contendientes— es que las probabilidades de llegar a un cese de las hostilidades, siquiera temporal, parece muy lejano. En el caso israelí, por el extremismo (Smotrich) la miopía (Gantz) y el egoísmo de Netanyahu y gran parte de su gabinete de guerra. En el caso de Hamás, porque un movimiento terrorista juega con parámetros alejados de la negociación en términos de racionalidad; no se explica de otra forma la negativa a entablar negociaciones para la liberación de los rehenes que en una espiral perversa retroalimenta la idea del ala más radical del gobierno israelí que, a su vez, produce más muerte y destrucción que parece alimentar a Hamás y su imagen internacional.

Lo que tienen en común los dos escenarios es que las probabilidades de llegar a un cese de las hostilidades, siquiera temporal, parece muy lejano

En el caso de Rusia y Ucrania porque nadie es capaz de buscar un punto de aproximación más allá de las posturas maximalistas que no pueden sostener indefinidamente. El fin del conflicto no se puede ni se debe fiar al agotamiento de “occidente” en su apoyo a Ucrania o el posible futuro desinterés de Estados Unidos en el conflicto por una parte, o a la derrota de Rusia por la otra, como si el día después no siguiera existiendo un país con más de dos mil kilómetros de frontera con Ucrania, que es la primera potencia nuclear, que tiene más de 17 millones de kilómetros cuadrados de extensión y que dispone de recursos naturales y elementos críticos que el mundo necesita para sostener un desarrollo aceptable.

En lugar de buscar líneas de aproximación para un cese de las hostilidades, ahora el debate en el seno de la OTAN parece centrarse en enviar instructores a Ucrania para que formen al personal militar “in situ” y permitir que se utilice el armamento occidental para atacar objetivos dentro del territorio de Rusia; el Reino Unido ya lo ha autorizado, Estados Unidos, no. Tengo la sensación de que estamos encadenando una serie de medidas apoyados en unas suposiciones erróneas que, como en la primera guerra mundial, pueden acabar desencadenando un conflicto generalizado que nadie quería que estallase pero que nadie fue capaz de prever.

Pensar que un único hecho es capaz de desencadenar una tragedia mundial es desconocer el entramado de causalidades que se han ido tejiendo en torno a un conflicto que no se aborda desde el necesario realismo. Si se envían soldados de la OTAN a Ucrania es cuestión de tiempo que se produzcan bajas entre ellos. ¿Qué sucederá a continuación? Lo mismo cabe decir de emplear armamento proporcionado por países de la OTAN para atacar el territorio de Rusia en profundidad. Sin ánimo de polemizar, pero eso significará una escalada cualitativa que habrá que ver en su momento qué consecuencias acarrea.

Parece el momento oportuno para dejar de abonar los desencuentros y buscar puntos de aproximación para destensar en lugar de escalar las situaciones. A los que sufren los conflictos les importa lo que viven y padecen, no quienes y porqué los iniciaron. A medida que se prolonga un conflicto, la irreparabilidad del daño causado crece de tal forma que, a la postre, es difícil discernir si el valor de lo conseguido ha merecido el precio que se ha pagado, especialmente cuando se pudo llegar a un acuerdo más humano y menos trágico que la victoria o la derrota.

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