¿Que si merece la pena gobernar España?

Pocas horas después de que Pedro Sánchez anunciara su paréntesis, me tocó pronunciarme en el programa Aquí y Ahora de Aragón TV sobre tan insólita decisión. En ese momento, lo tenía clarísimo: era una estrategia ante las elecciones catalanas y para acortar distancias con los populares en las europeas de junio.

También, para recordar, especialmente a Puigdemont, que todo puede ser peor. Igual que logró en julio contrarrestar la emergencia de Vox, enarbolaba la bandera del no todo vale a raíz de la denuncia judicial contra su mujer, decía yo, para mejorar su posición en el tablero y dejar clavados a sus rivales. "¿Merece la pena?", nos preguntó. Pedro Sánchez en estado puro.

Desde ese momento, toda persona próxima a la dirigencia socialista que tenía ocasión de susurrarte al oído qué iba a pasar, tras perorar sobre lo insoportable de la situación, pronosticaba que dejaba la presidencia. El intenso boca a boca y la movilización de la militancia –incluidos los disidentes aragoneses– y de los públicos afines hacían creer su marcha, pese a que, objetivamente, era lo peor para Sánchez y el PSOE. Solo faltó su teatral visita previa a la Zarzuela para que ese marco mental dominara el ambiente hasta el último momento y la pregunta fuera ya sobre el siguiente paso. Pero de nuevo, un Sánchez en estado puro: "He decidido seguir, con más fuerza si cabe".

De las muchísimas aristas de este capítulo, la conclusión ha sido pedir una mayoría social que le apoye para regenerar la vida política. Pero han sido tantas sus capciosidades que ahora tenemos más frentismo para todos y, en su caso, menos criptonita, con muchos socialistas desconcertados y la población con la amarga sensación de sentirnos manipulados.

La carta ahondaba en el 'ellos o nosotros'. Mezclaba en el mismo saco las publicaciones sobre su mujer que son auténticas patrañas con las que, le guste o no, son de interés público. Respecto a las patrañas, son las inmundicias de la globosfera digital, que afectan a dirigentes, o no tan dirigentes, de todo el mundo, ante las que los gobiernos deberían adoptar medidas eficaces.

Respecto a las informaciones sobre las actividades profesionales de su mujer, hay que mirar los datos. Begoña Gómez es una titulada en Marketing por ESIC que antes trabajaba en una empresa reconocida de estudios de mercado, Inmark, y que, con un Sánchez presidencial, fue requerida por el elitista Instituto de Empresa para dirigir el IE Africa Center. De ahí pasó a dirigir la Cátedra de Transformación Social Competitiva de la Universidad Complutense de Madrid. En estas dos últimas responsabilidades, y sin entrar en su titulación –intente usted dirigir una cátedra en una universidad pública sin haber recorrido todo el escalafón–, una de sus misiones ha sido conseguir el patrocinio de empresas. Alguno de las decenas de asesores que tiene Sánchez debería haber advertido que eran gestiones de mucho riesgo. Que las requeridas resultaran ventajistas era de manual. Por no hablar de firmar una carta recomendando a una firma concreta para un concurso público, que ganó: pura dinamita.

El recorrido jurídico es un asunto. Pero, le guste o no al presidente, la publicación de las informaciones responde a hechos que la jurisprudencia en libertad de expresión considera de interés público. No tiene que ver con los derechos de las mujeres a una vida propia. Gómez ya la tenía con su trabajo y sus responsabilidades en una empresa de su sector.

Contra las patrañas, acción. Ante las informaciones, no confundir la parte con el todo. Nuestra democracia es perfectible, por supuesto, pero no vale envolverse en la bandera y cargar la culpa a la derecha, a la que acusa de no dejar gobernar al PSOE. En los 47 años de democracia, tras los 5 años de UCD, el PSOE ha gobernado 27 años y el PP, 15. El PSOE ha traído a España grandes avances sociales, que el PP, aunque los rechazara de inicio, no ha revocado. Lo que sí rechazan españoles de distintos credos son sus calculados cambios ante cuestiones como la amnistía. Con todo, hoy, pese a tanta excitación, tenemos un país de primera. Y la democracia, por pura higiene, necesita alternancia.

Eso sí, en el arrebato de Sánchez lo que no se veía era la convocatoria de elecciones… con riesgo cierto de perderlas. Más aún tras los gritos del sábado de la potencial sustituta, las frases del ministro Puente o que la movilización fuera más de cuadros que de ciudadanos. Ahora, a falta de una comparecencia en el Parlamento para concretar sus intenciones, va de entrevista en entrevista dando unas explicaciones en las que, tras tanto abuso de la confianza ajena, ya ni muchos de los suyos creen. ¿Que si merece la pena gobernar España? Pregúnteselo a Pedro Sánchez.

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