Milei y su política a lo Groucho

Que un líder de un país se desplace a otro y se ponga a arremeter contra la esposa del presidente del Gobierno no tiene nombre y debería ser objeto de rechazo por parte de todas las formaciones políticas sin excepción, aunque solo sea por aquello de defender lo propio y de mantener las formas ante una ciudadanía que está hasta el moño de este tipo de sandeces.

Cualquier político que se precie y vele por aquello que Platón denominaba «el bien común» debería condenar este tipo de intervenciones zafias y nada constructivas, con las que exclusivamente se busca desviar la atención de los problemas reales, siguiendo una estrategia que solo responde a intereses partidistas y que contribuye a polarizar aún más a la sociedad.

Cierto es que la intervención de Milei sucede a la de Óscar Puente, que le acusó, a su vez, de ingerir «sustancias», en una conducta igualmente reprochable y nada edificante, aunque con el matiz de que, en este caso, el ministro no se desplazó a Argentina a faltarle.

Defendía Groucho Marx que la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados. Pues este es un claro ejemplo. Primero se enzarzan los dirigentes de ambos países; a continuación se retira uno de los embajadores y, después, vaya usted a saber lo que ocurrirá.

Este rifirrafe tan innecesario solo servirá para crispar aún más el ambiente de cara a unas elecciones europeas, cuya funcionalidad una parte de la ciudadanía aún no entiende muy bien, en una campaña que debería centrarse en explicar la relevancia de defender una Unión Europea unida y fuerte en un mundo globalizado en el que el viejo continente cada vez pinta menos.

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