'Rússkaya Amérika', cuando Rusia invadió Alaska: buscaban pieles de mamíferos que se habían agotado en Siberia

La historia de esta invasión comienza a mediados del siglo XVIII, cuando colonos británicos, franceses y holandeses, a bordo de sus grandes carabelas, comenzaban a poblar la costa oriental de América del Norte, siguiendo el rastro de españoles y portugueses. Paralelamente, en las lejanas tierras rusas, un hombre se hacía con el control de gran parte del mundo. Era Pedro I, más conocido como Pedro 'el Grande', zar del Imperio Ruso, que estaba dispuesto a expandir sus tentáculos hasta el rincón más recóndito del mundo, y llegó a Alaska en 1799.

La colonización rusa de Alaska: la llegada de Bering

Los primeros exploradores rusos llegaron al Océano Pacífico entre 1552 y 1639, aunque fue en 1725 cuando Vitus Bering, por orden del emperador Pedro 'el Grande' llegó a Alaska en busca de pieles de mamíferos con los que poder comerciar, ya que las reservas se habían agotado en Siberia por la caza excesiva.

Tras su llegada, Bering reclamó Alaska para el Imperio ruso y poco después, Rusia confirmó su dominio sobre el territorio a través de un decreto unilateral, que estableció la frontera sur de la América rusa a lo largo del paralelo 55 norte, otorgó privilegios monopólicos a la Compañía Ruso-Americana y estableció la Iglesia Ortodoxa Rusa en Alaska.

Del negocio de pieles a la llegada de la Iglesia ortodoxa

Más de 40 comerciantes patrocinaron nuevas expediciones entre 1740 y 1800 a Alaska, y los tramperos regresaron cargados con pieles de nutrias marinas y lobos marinos, expandiéndose rápidamente el comercio de pieles y convirtiéndose este en un negocio altamente lucrativo.

De hecho, fue Grigory Ivanovich Shelikhov, un notable comerciante de piele quien finalmente fundó el primer asentamiento permanente de Rusia en Alaska, la Bahía de los Tres Santos de la isla Kodiak, en 1784.

Diez años después, comenzó a llegar el primer grupo de misioneros cristianos ortodoxos que evangelizaron a miles de nativos americanos, muchos de cuyos descendientes continúan manteniendo la religión.

Para finales de 1780 los rusos habían establecido negocios comerciales con los tlingit (pueblos indígenas de la costa noroeste del Pacífico de América del Norte) aunque la cordialidad duró poco: en junio de 1802, los guerreros tlingit destruyeron el asentamiento original, matando a muchos de los rusos y solo unos pocos lograron escapar.

La colonización cae en saco roto: los rusos venden Alaska

A pesar de los ataques contra los asentamientos rusos, los nativos no lograron expulsarlos. En 1808, Nuevo Arcángel (actual Sitka), se convirtió en la capital de la América rusa. Sin embargo, a mediados del siglo XIX, las ganancias del exitoso negocio de pieles comenzó a entrar en declive por la competencia de una compañía británica, que había llevado a la nutria marina, los osos, lobos, y zorros al borde de la extinción.

Así, ante la realidad de las revueltas periódicas de los nativos americanos, las ramificaciones políticas de la guerra de Crimea y la incapacidad de colonizar completamente las Américas a su satisfacción, los rusos concluyeron que sus colonias norteamericanas eran demasiado caras para retenerlas.

El final de esta historia de invasión llega con la venta de Alaska, por parte de los rusos, liderados por el emperador Alejandro II, a Estados Unidos por 7,2 millones de dólares. Así acaba la presencia colonial de la Rusia Imperial en América.

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