Transición energética sin dogmas

Frenar el cambio climático se ha convertido en la gran prioridad de esta década. En el mundo ideal las soluciones son simples, pero la realidad es siempre compleja, lo cual no puede ser excusa para posponer decisiones. En la reciente junta general de Repsol hubo un interesante enfrentamiento entre el consejero delegado de la petrolera, Josu Jon Imaz, y unos activistas de Greenpeace, quienes exigieron a la empresa dejar de vender gas y petróleo, acusándola de greenwashing (lavado de cara) con sus combustibles renovables. Imaz les respondió acusándolos de ser prisioneros de unos dogmas que, de aplicarse, dispararían los precios, empobreciendo a las familias, y fortalecerían a Putin frente a Europa.

La polémica entra de lleno en el crucial asunto de la transición energética, nos obliga a preguntarnos qué son las energías verdes y por la electrificación de la movilidad, que se ha convertido en el objetivo de todas las administraciones, pero que avanza lentamente y genera más dudas que certezas entre la ciudadanía.

Si pudiéramos prescindir de la noche a la mañana de todos los hidrocarburos sería maravilloso, pero no es así. Por tanto, hay que tener claro cuáles son las prioridades y el calendario. Lo primero de todo es reducir la quema de carbón. Nada de lo que hagamos, aunque sea con la mejor de las intenciones, debería tener como resultado lo contrario. En Alemania, por ejemplo, cerraron las nucleares, y hoy la gran economía germana es la más sucia de Europa.

Por eso, la consideración por parte de la Comisión Europea de la energía nuclear como verde –que no emite gases de efecto invernadero– fue un gran paso. Algo parecido ocurre con los combustibles renovables que está empezando a comercializar Repsol, que se producen a partir de residuos orgánicos (aceites de cocina, biomasa forestal o desechos agrícolas), y que reducen sustancialmente las emisiones totales de CO2. No son la panacea como sustitutos del petróleo, pues su producción va a ser siempre limitada, pero forma parte de la solución.

Poner todos los huevos en la cesta de la electrificación de la movilidad es erróneo porque no es realista. Solo hay que ver lo poco que avanza la venta de coches eléctricos, particularmente en España. De hecho, la UE ha tenido que atrasar y suavizar a 2030 la normativa Euro 7, que ponía fin al motor de combustión.

Desde hace tiempo se está generando un problema contradictorio, pues muchas personas retrasan la compra de un coche nuevo ante tanta incertidumbre tecnológica o falta de dinero para uno eléctrico, mientras siguen circulando con vehículos viejos mucho más contaminantes.

En la transición energética no sirven los dogmas, la prioridad es la reducción de emisiones de la forma que sea.

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